Julio Cotázar

Julio Cotázar

domingo, 31 de agosto de 2014

A 30 años del primer disco de Soda Stereo


"Yo todavía los puedo ver a Gustavo y a Zeta entrando por la puerta de mi casa, el primer día que nos encontramos para conocernos y para ver qué hacíamos. Sentí una fuerte conexión humana. Recuerdo que ese día no tocamos: hablamos. Soñamos como cualquier grupo que recién comienza. Dijimos: “Vamos a hacer una banda y vamos a hacer esto y lo otro y estaría bueno aquello y la estética” [1]Charly Alberti. Estas palabras de iniciación del baterista fueron el puntapié inicial. Un día del año 1982. Tiempos violentos para el país. Pero también de efervescencia para el rock argentino y una inocencia a prueba de todo. Al final quedaron ellos tres, Gustavo Cerati, Héctor “Zeta” Bosio y Charly Alberti. El jardín de los senderos que se bifurcan quiso que se encontraran aquella tarde y que no se separaran por casi 20 años. Desde el comienzo trazaron una manera distinta de hacer todo. No sólo fue su música, bastón fundamental para una banda, también fue su vestuario, la estética audiovisual y fundamentalmente la forma de encarar el negocio de la música. “Nosotros queremos ser populares” dijo alguna vez Cerati. Pero el comienzo fue difícil. Al principio no fueron tres, sino que fueron casi siempre cuatro o cinco. Richard Coleman, Ulises Butrón y Daniel Melero entre otros se disputaron ese número cuatro. Pero había algo entre ellos tres inquebrantable. Y así siguieron siendo sólo ellos. Hasta el lanzamiento del primer disco titulado como el nombre de la banda, el trío supo de armarse un sonido y una estética singular. De la mano de Alfredo Lois como Director de Arte, soda Stereo se nutrió desde el comienzo de estar un paso adelante del resto. Miraban a Inglaterra y lo que se venía era la New wave. Un desprendimiento del ya agotado punk mezclado con pop a base de sintetizadores con una impronta musical  de mayor complejidad. Ellos tomaron nota y se enfocaron en una nueva manera de hacer música, de vestirse, de peinarse y de cómo dar el próximo paso. El primer disco llegó gracias al intenso trabajo desde el comienzo del incipiente trío. En 1984, dos años después de conocerse, se juntaron en un estudio de la discográfica CBS y se dispusieron a grabar lo que sería su debut discográfico. Con un dibujo de sus caras en la portada, el álbum se editó el 27 de agosto de 1984. Con la producción artística de Federico Moura (cantante de Virus), Soda Stereo dio a luz su tan esperado vinilo. El disco tiene toda la energía y las imprecisiones de un primer disco. Nadie sabía que el grupo poco tiempo más tarde iba a convertirse en la banda más grande de Latinoamérica. Ni siquiera ellos. El disco trata básicamente sobre lo superficial y hedonista que puede ser el mundo a veces y las contradicciones que surgen en el modo de sobrevivir a ello. Argentina estaba viviendo su libertad democrática luego de siete años de dictadura y había que reparar los daños. Pero en este disco no hay nostalgias por un pasado turbio, sino más bien todo lo contrario. Ellos son los raros peinados nuevos de Charly García. Es todo presente, el régimen se acabó, reza la canción Dietético de ese disco. Lo que transmite Soda en ese momento es pura adrenalina y un hambre de éxito incontenible. Quizás la producción artística no fue del todo acertada por el experimentado Moura, pero hay que ponerse en ese momento. Es decir, en vivo era mejor banda que lo que sonaba en ese primer disco. Con el pasar de los años y de la música, es notable el cambio de dirección, sin perder su esencia, entre disco y disco. Un crecimiento como tal vez no se dio en ninguna otra banda de estas tierras. Al año siguiente va a llegar Nada personal, mucho más serio, luego Signos, donde alcanzan una madurez muy difícil de superar. Pero para eso ya habrá tiempo de analizar. A 30 años de aquella primera aventura que atravesó mucha música y siempre las mismas tres personas. Un simulacro demasiado real.




[1] Revista Rolling Stone Octubre 2007

miércoles, 6 de agosto de 2014

Relato de una reparación








A Estela la conocí en una presentación del libro El dictador, de María Seoane y Vicente Muleiro, en el Colegio Nacional. Estaban los autores y Eduardo Luis Duhalde junto a ella. Cuando le tocó hablar a Estela me impactó su serenidad, pero al mismo tiempo su entereza, su lucha, su manera recta de hablar. Con la frente bien alta y mirándonos a los ojos a todos los que estábamos ahí. Recuerdo haber llegado ahí con algunos problemas que yo creía importantes atorados en mi cabeza. Fueron un rayo de luz sus palabras de aliento. Pensándolo bien, ella había perdido una hija. La habían asesinado por pensar distinto. Una vida interrumpida a los 23 años. Y la entereza de su madre reclamando, no venganza, sino verdad y justicia. Cuando finalmente el evento terminó, pasó por al lado mío. Y sentí un temblor de esos que emocionan de una manera sobrenatural. No pude ni siquiera mirarla a los ojos. Pasó derecha y muy segura, pero al mismo tiempo serena y calma. Tenía una misión en su vida. Le habían arrebatado a su hija unos hombres que de la vida no sabían nada. Ella luchaba desde su desaparición y luego cuando le confirmaron su muerte física en un destacamento de Policía de Isidro Casanova. Le pidieron que reconociera el cuerpo. Desde ese día y para siempre, su misión sería encontrar a los culpables. Sin saberlo, Laura Carlotto estaba embarazada de tres meses cuando la secuestraron. Una vecina fue a visitarla y se lo dijo. Había visto a Laura en un campo de concentración y si nacía varón le pondría Guido, como su padre, esposo de Estela. Y así pasaron los años, entre búsquedas y el hachazo irreparable del tiempo. La esperanza y la fe en todos sus estados. La inclaudicable lucha de jamás darse por vencido. Atravesando situaciones de todo tipo. Buscando a su nieto Estela recorrió el mundo para que todos sepan.  Guido hoy tiene 36 años, es músico y vive en la localidad de Olavarría. Sí, Estela encontró a su nieto después de todo este tiempo transcurrido. Y ahí estaba la abuela, serena y calma como aquella vez que la vi. Con lágrimas contenidas, con emociones que no cabrían en todos los corazones de los habitantes de esta tierra. Me pregunto, ¿Cuánta alegría y felicidad junta debe estar sosteniendo Estela en este momento? Recordar a su hija que no pudo envejecer. Imaginar a su nieto, no ya bebé, sino convertido en un hombre que habitó la misma nación y tal vez recorrió las mismas calles que su abuela sin saberlo. Y un día el cuadro se completa, se hace más grande. El sueño aparece de múltiples formas y sí, es verdad. Es él y es ella parados, enfrentados en un mismo tiempo que los encuentra a cada uno en la misma sangre  y sus vidas cambiarán para siempre. Y Estela sigue ahí con sus ojos sosteniendo la emoción de años, de siglos, de universos y pensamientos que sólo ella sabrá.  ¿Y cómo será el encuentro? ¿Qué se dirán? ¿Qué hay de ese silencio? ¿Cuántas imágenes pasarán por su mente? Esto nos ensancha el corazón. Hoy pasado y futuro se juntan.  36 años de sueños realizados en un solo día. Lágrimas de amor que llegan al alma.  ¿Existe algo mejor en el mundo?