Julio Cotázar

Julio Cotázar

domingo, 28 de abril de 2013

Cicatriz




      Era un cuadro, tal vez dos. Recuerdo un anciano altisonante despierto en la puerta de entrada. Al lado suyo se vestía una anciana de nariz puntiaguda que decía ser su bruja. Después nadie más. Todo transitaba en silencio. Yo no me movía, pero adentro de esa casa sí había gente. Había un hombre que siempre miraba para arriba. Pero apenas me pude fijar, en el lugar del techo no había nada. Se veía el cielo rojo sangre, y las nubes con formas de espada no parecían irse de esa casa. Ese hombre, junto a una nena rubia con pelo hasta la rodilla, intentaba mirar por sobre esa nube. En el centro de la sala había un hipopótamo donde todos se reían alrededor de él. Un hombre altísimo y de galera se veía entre la muchedumbre que no dejaba de moverse para un lado y para el otro pero sin hacer ruido. Pies desnudos bailaban sobre mosaicos lustrados. Una señora gorda tapaba su cuerpo con una sábana violeta, danzaba entre su pelo gris y sus botas de cuero furioso. Ella s caía obre las copas de los invitados. No bebía pero estaba con una copa llena de vino tinto que demoraba en su mano blanca de uñas doradas. La luz de la luna dejaba ver todo, yo no salía de mi asombro, no recuerdo bien. Palos y santos encorvados embestían por sobre las escaleras hacia arriba de esa casa. Más allá no se veía qué pasaba. Se lo tragaba el vacío, desfilaban hacia un agujero negro, los miraba en cuclillas. Rezando boca abajo, sosteniendo una espada, pero mucho más alta que ellos. Parecía una cruz brillante en medio de una noche que no quería estar allí. De modo que los invitados fueron desapareciendo, no sé muy bien cómo. Esa nube con forma de espada se los tragaba. ¡Puedo ver la aurora! gritaba y repetía la nena rubia. Había una chica morocha, de ojos sanos, con vestido de chica mala, bastante atractiva. Ella se sentía en la cúspide del poder, la única que se acercó a mí. Lo único que supe fue que no conoció un hogar verdadero hasta los 16, tenía 22. En su mano escondía un cerebro muy pequeño, como de bebé recién nacido, no le pregunté nada. Me miraba como si fuese a morir en ese instante. Después me fui a pelear una batalla dentro de mi mente, fue en vano, ya estaban todos muertos. Yo los castigaba y luego los envenenaba. De nada sirvió reavivarlos. Me sentí atrapado en una vereda de jeans gastados. Los huestes del sol  responden al unísono. En aquella pared vi reflejados dos personajes de un libro de Stevenson. Pero nadie me creyó. Al fin pude entrar. Formaba parte  de historietas de ciencia ficción que mi padre devoraba cuando era pequeño. ¿Dónde esta el hipopótamo?, pregunté. Nadie me escuchaba. Una serpiente gris y verde se trepaba hasta el cielo, de las escaleras se tiraban soldados romanos de juguete. Se movían solos, se suicidaban. No había luz eléctrica, juro que no me había dado cuenta. No importaba. Un flaco de rastras contaba historias de películas en tiempo real. El rasta no aguantó más y le pegó un puñetazo al hombre alto de galera, y el rasta se desplomó.  Lloraba porque un día cuando era chiquito perdió a su madre en un parque de diversiones y jamás volvió a saber de ella. Esa bruja sin maquillaje de la puerta se había despedido para siempre de este mundo. Caballos de cereza flotaban a la intemperie. Difuntos  encadenados, sin futuro, caminaban hacia el final de otra historia. Esa prisión era el insulto de un mismo infierno, mientras brillaba la alegría de la noche apretándonos los huesos indefensos. Qué osadía! El frenesí de aquellos jóvenes entusiastas se debatía en plena niebla. El grito opuesto y silencioso se apostaba en la puerta como un crimen hambriento. Vaya a saber que tenía de siniestro el tiempo que todo lo robaba. Un templo pagano se comía la madrugada y se veía triste por eso. No era su objetivo mudarse de trono. La chica de pelo lacio habló por una hora y media más. Era inútil. La chica se fue de mala manera. Rompieron las copas llenas de vino. Volamos hacia un frío polar. Terminé solo. Como había empezado. ¿Todavía no has entendido que lo que nos jodió la vida es la belleza?