Julio Cotázar

Julio Cotázar

lunes, 28 de abril de 2014


Una pequeña historia


"Pasa el tiempo
y ahora creo que el vacío
es un lugar normal"

Ella usó mi cabeza como un revolver
Soda Stereo                                                                                                                            




Soda Stereo me acompaño durante largos años de mi vida, crecí junto a ellos y de alguna manera siempre me sentí parte de su música y su manera de ver el mundo. Los conocí con su Long Play / Cassette Ruido blanco recién salido. Era un disco en vivo demasiado tocado en estudio para mi gusto, pero en realidad, a esta conclusión llegué años después, cuando mi oído  había recibido mucha música. Me nutría de radio más que nada en el mundo. Moría con Los Redondos, que fui a verlos en el Parque Sarmiento con su reciente álbum La mosca y la sopa. Sumo, que no llegué a verlos. Divididos, estuve presente en su primer Obras, en la presentación de Acariciando lo áspero. Salieron los tres a caballo y vestidos de gauchos, inolvidable. De lo extranjero, muy al principio me pegaba cualquier cosa hasta que escuché The Police, esa banda fue mi favorita durante años. El trío para ese entonces ya no existía, pero junto a Leonardo y Cristian, dos amigos de ese entonces, nos pasábamos tardes y noches enteras escuchándolos. Después apareció Led Zeppelin, Deep Purple, Pink Floyd y The Rolling Stones. Ni en sueños imaginábamos que años más tarde íbamos a verlos en vivo a estos últimos. Pero con Soda era distinto, me compraba cada revista donde salían en la tapa, cada póster que pegaba en mi cuarto. Me compré todos sus cassettes anteriores y los escuchaba mucho. Siempre admiré su manera de manejar la prensa, eran tres tipos del que no se sabía nada, excepto su música y sus letras. Su manera de vestir siempre me llamó la atención, adelante del mundo, creando vanguardia. El arte de tapa en sus discos, las fotos, su vestuario, la manera de encarar sus shows realmente me impactaron. Me compraba la revista Pelo, el suplemento Sí de Clarín cada viernes y estaba deseoso de novedades por su nuevo disco. Había leído que lo producirían en New York y que sería muy distinto a lo hecho hasta ahora. Excepto estos dos amigos que veía sólo en los veranos, el resto del año vivía la música en una tremenda soledad. Mi adolescencia se estancó en la timidez y mi dificultad de hablar con otros, por crear vínculos de amistad. Por supuesto que la mujer era sólo una posibilidad para otros y no para mí. Además era la persona que siempre cargaban en el colegio, el callado, el que no miraba a nadie a los ojos, el que hablaba bajito. Simplemente me encerraba en mi cuarto a leer algo sobre los músicos que me gustaban, escuchar la radio, y después también empecé guitarra. Y así pasaba las tardes. No se si hace falta decir que la ubicación geográfica en esos años para mí era Villa Gesell, muy lindo en verano, pero una eterna depresión en invierno. Vivimos unos años ahí con mi familia por el trabajo de mi padre. Así que para ir a ver alguna banda tenía que ir a la casa del primo de mi madre, que vivía en Caballito. Él tenía dos hijos que eran del palo del rock. También me perdí Amnesty por propia diligencia mía. Dormí con las entradas y me quedé sin poder ir al concierto, a mí entender, el más grande que se hizo en nuestro país. Pero aún el nuevo disco de soda Stereo no llegaba. Escuchaba una radio de Mar del Plata y pasaron un adelanto de lo que iba a ser Doble vida. Sonó En la ciudad de la furia y me sorprendió la calidad y lo largo del tema. Quería volver a escucharla y me pasaba horas encerrado hasta que la volvían a pasar. Cada disco de ellos era siempre un desprendimiento del anterior y con éste pasaría lo mismo. Doble vida al fin salió a la luz, ese año fuimos a Bs. As. para las vacaciones de invierno. Ya conocía la Rock and Pop, recuerdo haberlos escuchado a ellos tres en Malas compañías, el programa nocturno de Mario Pergolini. El arte de tapa una vez más era impecable, a cargo de Alfredo Lois. El disco tenía un aire neoyorquino latino, el productor artístico, Carlos Alomar, le dio esa nueva impronta a la banda. Y Gustavo Cerati cantaba mejor que nunca. Sonaban permanentemente en la radio y me empezaba a preparar para verlos por primera vez en vivo. Primero fueron a México y Chile, y a fin de año lo presentarían en Bs. As. La llamé a mi prima para que me comprara la entrada. Llegué a Bs. As. como un pueblerino, fui solo a obras, fue en el Estadio de hockey, al aire libre. Salió Mario Pergolini a presentarlos. Era muy fanático de ellos en ese momento. Nos los vi como personas normales. Estaba lleno de miedo. Nunca me voy a olvidar cuando se apagaron las luces. Ahí estaban, después de haberlos escuchado tanto, tenerlos en tantas fotos, leído tantas notas y entrevistas. Fue demoledor para mis oídos y mi corazón. No fui demasiado conciente de aquello.  Volví diferente de aquella noche, fue un viaje en muchos sentidos. Aún así no tenía que con quien compartir esto que me pasaba. Seguiría encerrado en mí mismo por algún tiempo más. En el verano de ese año los vi dos veces en la clásica gira por la costa. Y me gustaron más todavía. Lo que sentía por la música en esos años era muy fuerte. Vivía dentro de un walkman 24 horas por día. No existía ninguna otra cosa para mí. Lo había decidido, me dedicaría a esto, tocaría la batería –por Stewart Copeland- en una banda de rock y me burlaría del sistema. Madrugar, tener que trabajar por un salario, la oveja negra de la familia. Desentenderme de la vida común peronista –de la casa al trabajo y del trabajo a la casa-. Odiaba esa vida, en ese momento se había creado en mí un odio establecido a todo eso. Pero estaba solo, y no me comunicaba con nadie. De mujeres ni cerca, sólo en sueños. Empecé a escribir en formato de canciones a las chicas de las que me enamoraba en silencio y nunca me animaba a hablarles. Eran unas historias imaginadas increíbles. Me la pasaba escribiendo sobre nuestras vidas juntos. Claro que ellas nunca se enteraban. Me moría de miedo al hablarles. Y así llegó el viaje de egresados…olvidable para mí. Fui el hazme reír de todos. Una noche me llenaron la cama de fideos con tuco, digo, entre sábanas, re lindo descubrirlo en plena oscuridad. No me levanté ni a la mañana, ni siquiera una chica de otra escuela, que no sabían de mi condición. Volví con unos cuantos kilos menos porque resulta que soy complicado para comer y nada me gustaba. La música, una vez más, seguía siendo mi refugio. Me fui comprando algunos pocos cassettes, piratas también conseguí, de The Police sobre todo, sonaban espantosos. Soda era mi brújula, Gustavo Cerati daba una imagen esotérica, mística y de líder sobre natural por sobre sus compañeros de banda. Me pareció el mejor cantante, compositor y letrista de ese tiempo. Sus letras reflejaban las frustraciones que hubiese querido escribir. Cuando volvimos a vivir en Bs. As. Con mi familia, verlos se me hizo más fácil. Los vi por primera vez en un estadio compartiendo cartel con Tears for Fears, una banda que odiaba y que por suerte salieron después de ellos. Ese recital de Soda fue increíble, David Lebón subió a tocar con ellos como invitado. Vélez estaba colmado, fui nuevamente solo. Después nos encontramos con mi prima y el novio. La anécdota de esa noche fue que durante el show del dúo inglés, se largó una tormenta de los mil demonios. Lluvia torrencial con mucho viento. Los tipos tuvieron que irse después de unos pocos temas que tocaron. Años más tarde, Bobby Flores contó en la radio que al día siguiente de ese concierto, en un diario matutino, salió una nota comentando el recital de Tears for Fears diciendo que el show había durado dos horas y media y que habían tocado todos sus hits. Al principio de ese año me compré la ansiada batería y empecé a estudiar. Con el tiempo, entre mi extrema timidez de afrontar el mundo y me cero iniciativa para lo mismo, me vi en varias depresiones que terminaron en un ocio vicioso que me terminó llevando al enfrentamiento con mis padres y mi odio hacia todo y todos. 795 fue el número que me dijo mi padre esa mañana que había salido sorteado para cumplir con la patria. Diez meses y diez días estuve bajo bandera y la pasé más que bien. Durante años mi entorno familiar me estuvo  instigando para que me quite todas esas ideas que tenía de cambiar el mundo. En ese lugar fue la primera vez que empecé a relacionarme con otros, encontré gente del palo del rock y poco a poco fui comunicándome. Hay gente que la pasó mal en serio desde el principio. Creo que tiene que ver con el momento que estaba pasando cada uno afuera. En mi caso necesitaba un cambio. Soda ya había tocado quince veces en el Teatro Gran Rex  de las cuales fui dos. En la primera función fila ocho y segunda función fila seis. ¡Increíble! Gran momento del trío. En esos shows hicieron un cover de The Beatles “She´s so heavy”. Para mis primeros días en el servicio militar ya habían editado Canción animal. En ese disco tuvo una importante participación Daniel Melero, amigo de Cerati en los primeros tiempos de la banda. A fin de ese año llegaría la presentación por primera vez en un estadio solos. Fue en Vélez y el concierto fue impecable. Muy cuidados la puesta en escena. El vestuario, el sonido, las luces. Soda era la banda más grande y exitosa de todos los tiempos. A partir de ahí me sorprendió la distancia que había entre el cantante y los otros dos miembros de la banda. Una distancia que con los años no dejaría de acrecentarse. Cuando finalmente me entregaron el documento firmado y volví a mi vida civil, para mí fue el verdadero comienzo de la vida adulta. Al año Soda edita Dinamo, ese disco no lo entendí sino hasta diez años después. Era el sonido del futuro, algo que había pasado ese mismo año con Pablo Honey de Radiohead. Con el tiempo terminé teniendo un oído muy conservador que no me permitió llegar a ese sonido. Así y todo los fui a ver a Obras, tocaron unos desconocidos Babasónicos de banda soporte. Gran personalidad los tipos. Era el sonido de una nueva época parece ser, no lo había advertido. Ante la inoperancia de ir hacia lo que quería, tuve que buscar trabajo en los clasificados del diario y enfrentarme por primera vez a la vida real. Terminé en un trabajo común y la terminé rompiendo en todo sentido. Desde el punto de vista laboral, en compañeros y en mujeres. Terminé de novio con una chica de mi misma edad, de familia tradicional y peronista pero apolítica. Ni un libro en la casa y con un televisor en cada cuarto. Conocí el amor y el desencanto en largos y agobiantes siete años. Nada en común y sin compatibilidad alguna, terminé de la peor manera. Ya separados y con una pesada depresión, una tarde de noviembre extremadamente calurosa, me encontró internado en una clínica y con suero. Tenía pero largo y en menos de un año terminé pelado y con varios kilos menos. Una nueva etapa de soledad y abandono me incluía entre sus adeptos. La música siguió siendo mi refugio siempre. Ahí empecé a escuchar detenidamente Serú Girán y lloré noches enteras. ¿Cómo podía existir algo tan hermoso? Invisible también me emocionó. Creo que a partir de ese momento empecé a mirar hacia atrás, y escuchar a toda esa gente que había empezado a hacer rock acá cuando nada existía. Me levanté como pude. Un día tomé la decisión de irme a vivir a la Patagonia. Terminé trabajando en un puesto de diarios y me leía todo. Me perdí en sus inmensas distancias entre viento, frío y soledad. Aunque nunca probé drogas, ni tomé alcohol ni fumé, creo que éste hubiese sido el momento indicado. Descubrí Buenos Aires mirándola desde 1200 kilómetros de distancia. Me volví, me mudé a Capital, conocí el tango, recorrí sus mismas calles. Me perdí en madrugadas abandonas por la soledad y el desencanto. Y siempre volví a la música. Para ese entonces Soda me había dejado de gustar, creo que en Dinamo se cerró una etapa para ellos. De ahí en más no se supo nada más hasta que aparecieron con disco nuevo y no me gustó. Estaba más grande y me había nutrido de otras cosas. Tuve trabajos horribles para que me permitieran vivir. Comencé a estudiar Comunicación Social, para un hombre que siempre había tenido dificultades para comunicarse. Pero había algo en Soda que me atraía, en Sueño Stereo hay una canción que me encanta, se llama Ella usó mi cabeza como un revolver. Una magnífica pieza en donde un verso dice “Me ví llegando tarde, tarde a todo”, y eso me pasó a mí. Necesité demasiados años para acercarme sin miedo a lo que me gustaba. “Los años pasaron terribles, malvados” dice un tango. Llegué a  Borges, Cortázar y tantos otros. Leí mucho, siempre con música de fondo. Creo que me quedé en el tiempo. Cuando conocí Led Zeppelin simplemente fue tocar el cielo con las manos. Conocer esas letras y volar sin ácido con ellas. Canciones como Kashmir o Since I´ve been living you me volvían locos. Sentir The dark side of the moon recorriendo mis venas. Bobby Flores dijo una vez que después de escuchar ese disco uno no puede seguir siendo el mismo. A mí me pasó lo mismo, fue un antes y un después. Después del excelente unplegged de Soda, una banda ya separada, me enteraría años más tarde, pasó lo que ya casi todos intuíamos. No lo viví como un duelo, sino más bien como un Final de una crónica anunciada. En realidad estaban separados desde hacía mucho tiempo, y creo que ni ellos se querían dar cuenta. En el último tiempo de la banda el más desdichado terminó siendo Gustavo. Todo dependía de él. El era el dueño del material creativo de la banda. Y lidiar en un trío se hizo cada vez más difícil. En cambio, Zeta y Charly vivieron diferente la separación. Para ellos fue exactamente al revés. Mientras que para Gustavo fue una liberación el haberse separado, para Zeta y Charly fue enfrentarse a ellos mismos, no ya como miembros de una banda sino como individuos. Debe haber sido muy difícil. Con los años, nunca dejé de escucharlos y sobre todo leerlos. Mi vida pasó entre soledades y decepciones de todo tipo, pero siempre con música de fondo. Analizando sus álbumes, creo que cada disco está  dedicado a una mujer. Cada relación me sentí identificado con alguna canción de ellos. Después vinieron los Stones y un delirio acaparó mi mente. Conocer de cerca a Luis y Charly. Íconos absolutos de nuestra tierra. La inesperada vuelta de The Police y su gira mundial. Fue la única banda que esperé en la puerta de un hotel. De ahí surgió un grupo de fans con el cual nos juntamos una vez al año para conmemorar semejante fecha. El concierto del trío inglés estuvo bien. Siempre me incliné por el baterista y fundador. Genio absoluto si los hay. Es increíble, más de veinte años de la separación y tocó mejor que en aquel tiempo. Pude verlos de cerca, en plena calle, primero a la salida del hotel con corrida incluida, y luego en la entrada de una tanguería exclusiva de San Telmo. Los chicos están bien. Gozan de buena salud y me alegra que se hayan juntado. En cuanto a los conciertos que brindaron en River, fue algo predecible. Tuvo mucho que ver con su última etapa que es la que menos me gusta. El indeleble liderazgo de Sting opacó una vez más el desenvolvimiento del trío. Siempre me incliné por sus comienzos, creo que los dos primeros discos tienen toda la fuerza y energía de una banda punk, pero virtuosa y lanzada hacia algo nuevo. Me hubiese gustado que vuelvan a las bases y que Sting sea el cantante de un trío, y no el líder absoluto que elige los temas a tocar y cómo tocarlos. Realmente nunca imaginé que podría verlos juntos, pero así fue y estuvo bueno. Ese mismo año y después de diez, se juntó Soda para hacer la gira “Me verás volver”. Finalmente fue Gustavo Cerati, a través de un comunicado de prensa que hizo efectiva la reunión del grupo. Cuando se despidieron, dejaron quince años de vida. Conquistaron Latinoamérica como nadie hizo ni antes ni después. Supieron conservar la tranquilidad y fueron superándose en cada disco y show. Cada paso, lo daban seguro de sí mismos y con una cuidada imagen, vestuario y una planificada difusión de sus canciones, no sólo en nuestro país, sino también en los países de Latinoamérica donde llenaron estadios. Durante diez años el cantante se la pasó diciendo que una reunión no era posible que ocurriera. Él estaba en su etapa solista y Soda Stereo ya había hecho todo lo que una banda podía hacer. Lo cierto es que a los diez años de su previsible separación, la reunión, era un hecho. No quería saber nada con ir a verlos hasta que vi en You tube la conferencia de prensa a cargo de Lalo Mir. Tocaron dos canciones, Sobredosis de TV y En la Ciudad de la furia. Ahí recién los reconocí y me di cuenta que los estaba viendo a ellos. Los de siempre. Fue como volver a mis primeros años con la música. Ahí me convencí que tenía que estar en esos conciertos. Fue un aluvión de entradas sin precedentes. Vendieron dos estadios de River completos en tres días. Sin embargo, me las ingenié para conseguir una entrada para el primer concierto y otra para el último. Realmente no me acordaba que eran tan buenos. Sonaron como nunca. Súper afilados. Conectados entre sí. Las canciones eran iguales a su versión original y aún mejores, muy sofisticadas. Miré y escuche canciones en vivo que nunca había escuchado. Sin dudas estuvo increíble, con lágrimas mías y todo. Ahí me di cuenta que fue la única banda que realmente quise. El último recital de esa gira, me vio ahí sentado esperando que salgan. Me habían dado tanto…esta vez era para siempre. Ese año conocí a una chica con la cual iba a ser mi novia cinco años más tarde. Tampoco terminó bien, pero fue la relación más importante que he tenido. Una noche de diciembre cumplí mi sueño ni siquiera soñado, ver a Spinetta Jade, Invisible, Pescado rabioso y Almendra juntos en un escenario. Hoy Luis ya no está, Pappo tampoco. Gustavo lleva durmiendo un eterno sueño del que aún no se sabe cuando terminará, pero quedó su música de todos ellos y eso los mantendrá vivos siempre, como Led Zeppelin o Los Beatles. Se me acabó el tiempo, me quedé en silencio, pensé que tenía algo más que decir.



Abril 2014

jueves, 3 de abril de 2014



Poema sobre un final premeditado



Dulce cómplice de mi sueño
un firme caballo de otoño
nos cubrió el pálido océano
compartido sobre un silencio adverso
fresca y blanca
los soldados de la noche
atiborrados en su esperanza ciega
máscara de una flor inconclusa
reminiscencias sitiadas de la palabra
fuimos a caer indefensos
cuyas riendas de acero
ultrajaron el idioma sin besos
rectangular reflejo de un desierto vago
tu sombra y mi sombra
en una galería sin destino

Soñaba ser un hombre adulto
vos un rostro simple que camina sin prisa
sólo del otro lado del ocaso
entre el tedio y el resplandor de tus manos
y tu real mirada de entretiempo
universo huérfano de un tiempo que se disuelve
sobre mundos de  soledad entre mis ojos

En el principio que divide los dos crepúsculos
temí saber la cerradura que me abandonara al fuego
la tarde serena se cayó sobre mi cuerpo
la memoria de tus ojos sólo un recuerdo
declive universal sobre otro mundo verde

aún no sabía de esa noche última y rota