Julio Cotázar

Julio Cotázar

martes, 31 de enero de 2012

Transplante lunar

Verano índigo

todavía contra el ocaso

la burbuja duerme

sobre la fatiga encerrada


ojos ánima

sobre el miedo cerca

y la memoria sin fuentes


al fin de la mano

frente al dulce derrumbe

lunes, 30 de enero de 2012

Viernes

El tiempo transcurría distraído, ansioso, moribundo. Capaz de permanecer sin ser descubierto. Apenas confuso y subyacente. Sin defensa que pueda callar al otro. Exceptuando al mundo exterior, esa tarde buscaba una mirada de espaldas invisibles. Con frecuencia escuchaba el latido del grito mientras fingía no preocuparse. Un aire indefinido que resumiera esa calma dispersa. Ahora Santiago se alejó sin estar del todo atento. Un destino de puentes regresó por él sobre un río roto que detuvo su cauce, y una vereda gris la miró recién a ella, Carmen, que entristecía el dolor de la sombra. Ese diálogo aciago diagnosticaba un curso demasiado aventurado. La esquina poblada de árboles antiguos sostenía el recuerdo de aquella noche. Pero nada era verdad en su boca. El tiempo alado era su más vívida desdicha. Sus voces eran sus ojos callados también. Sí, la miraban irse y esa calle era de pronto un paisaje hacia otro muelle. Una pequeña jaula donde se alojaba su cuerpo mudo. De modo que él no la escuchó más. Sus horas se convirtieron en días y pasaron a demorar meses en ser atendidos.
Serán verdad todas esas palabras sin ser dichas? Ahora formaban un silencio hondo y promiscuo dilatando ese cielo que se agiganta con su ausencia. Un eclipse escondido en el aire se burlaba de su figura de nieve casi como un lamento. El camino de vuelta era un espejo que se detenía entre las luces diáfanas. Un despliegue circular atemorizó en desnivel cualquier pensamiento positivo. No pudo dejar de sentir que esa ocasión formaba una amenaza. A ella no la volvería a ver. Había sido un sueño quizás. Uno tan real como las historias que ella contaba o creía contar. Casas y lugares que parecían estar más allá de sus palabras pero que lo mantenían al él en la atenta búsqueda de los gestos de ella. Sus manos y su indefinible manera de decir lluvia, todavía, descanso, después. La súbita brisa que atropellaba su cuerpo y su anclada juventud vista de afuera. Esa especie de presente que carece de reflexión, pero cuando se convierte en pasado no hace más que volver hacia uno. Llena de caprichos inviolables y de menor acento, las lágrimas devolvían la fatiga de la mañana hacia ese otro modo de disuadir. El inconcluso destino se debatía entre una porción de mariposas junto al salto de lo que después nace, florece, camina. Un acierto despojado con el viento en llamas. Ella era en lo que se convertiría en su despertar encerrado, un talismán de rodillas que busca el miedo como sinónimo de su libertad. Una forma sobre el borde de una zona prohibida expuesta a todas sus pretensiones. Él se refería a la lluvia horrible y hostil de la espera. Aquella que se abre sin comprender lo que dice su voz. Es la presencia de la carencia de una esperanza sin ensayo. Perdidos en las palabras ajenas, todas ellas y aún sin acercarse. Alguna que demuestre valor, y la sana experiencia de escribir sobre el delirio. Deshacerse de lo inhabitado hacia un costado de la muerte engañada. Ella repetida en los ojos de él. De nada servirá mantenerse a salvo. Ya es tarde, pero no demasiado tarde. Algo que traslade la memoria de su cara ausente entre preguntas de agua negra. Alguien que finja la dulce caricia, pero ella se va y él tan lejos de sí.
Entre dudas de una piel desafinada, buscando una verdad. En el vano intento de construir todo lo destruido y un nuevo fantasma que flota en el filo de la inocencia.

domingo, 29 de enero de 2012

Día 25

I
El desdén de la noche

clava en su manantial inseguro

su más estéril promesa libre

soy el que penetra

tus partículas de polvo

y te hace libre

demoliendo paredes


II


Mareado entre espejos rojos

me alimento de esquinas

en la piel de una manzana

ahora enciendo mis manos

y me aferro a tu silencio

amaestrado


III


Tiemblan los clavos inertes

sobre la sombra del cielo

desvistes las hojas y todas te parecen

pero la palabra socorro

busca refugio

en el color de tus manos


IV

Me queda una palabra

para describir este incendio

de fantasmas dentro

la quieta madrugada

nos observará siempre

que olvidemos


V

Es tan duro este cuarto de cenizas

de pronto

luces como un espectador anónimo

pero tu laberinto de siluetas y sombras

quiebra mi frágil geografía

y nos ahogamos en cualquier ventana


VI

Mi olvido te defiende

como demonio dulce

que se propaga

te nombré a borbotones

sin saliva que calme esta furia

de querer decirte todo

sobre el reposo de la humanidad

entre labios de sangre


VII

Tatuaje vencido

que muere en la semilla

al costado del pasado

la dificultad es mi herida

lenta y rapiña

que envuelve

mi tiempo cobarde