Julio Cotázar

Julio Cotázar

martes, 8 de noviembre de 2011

A 40 años del Himno sagrado del Rock

El 8 de Noviembre de 1971 salía a la venta el cuarto álbum de Led Zeppelin. La portada del álbum no llevaba nada escrito, sólo la imagen de un anciano cargando leña encorvado en una lámina con relieve. En la edición del vinilo, la cuarta y última canción del lado A, llevaría el nombre de Stairway to Heaven. En la lámina interior del disco, cuatro extraños símbolos que identificaban a cada miembro de la banda. Esta canción era la única que contenía la letra. Una pieza rica e indefensa se abría paso a creer en los dioses del alba. Una melodía susceptible, cargada de sueños. Sugerente y cubierta de gritos violáceos, conoció otro Dios que se aparecía entre la niebla en un noviembre sin recuerdo. Esta escalera iba más allá del cielo. Su ritmo eterno, magníficamente interconectado entre sus integrantes, hacía desafiar la gravedad. El encanto de tribus de todo el planeta se rendía a sus pies. Una canción atemporal y despejada de etiquetas que se debatía entre lo acústico y lo eléctrico. Una porción de magia real se cayó del cielo reclamando ser escuchada. Todas las esperanzas e injusticias del mundo flotaban en esta canción. Los acordes de la guitarra de Page temblaban y parecían desconocer la realidad. La voz de Plant, les guiaba el camino sinuoso. La batería de Bonham era una confesión de violencia que no quería saber de atajos y el bajo de Jones insistía entre una turbulenta pubertad. Una pieza ecléctica que le hizo perder la virginidad al rock. En un halo marginal, este tema difunde el descontento y la esperanza al mismo tiempo. El frío cruel y el llanto bello y suave, liberaron el cerebro amurallado de seres que no estaban comprometidos con nada, de una manera secreta y perfecta. Tradujeron la tristeza al borde de un precipicio. No existía continuidad. Todo estaba cargado de un furioso presente demoledor. Esa sola pieza era una invitación al ácido y sus purezas.
Mientras el mundo crecía de mala gana, Estados Unidos se tomaba atribuciones en Vietnam que iban en contra de la comunidad hippie y su lucha por la paz. La sociedad americana descreía de las buenas intenciones de su ejército y se quejaba cada vez con más ahínco. La Casa Blanca era escenario del caso Watergate y Nixon se convertiría en el único presidente que es obligado a renunciar a su cargo. Mientras tanto, el bloque comunista, da los primeros pasos hacia una desintegración segura y la crisis del petróleo en Oriente llega a Occidente transformándose en tema central. Al mismo tiempo, Washington decide intervenir activamente en América Latina bajo una presión sistemática a través de dictaduras militares. Esta acción, algunos años más tarde, iba a afectar la vida de miles y miles de seres humanos en todo el continente americano de habla hispana.
Escalera al cielo se deslizaba ante el mundo como una vertiente invisible que difundía el idioma de los magos.
Mientras en nuestro país, dos compañeros del colegio, de nombre Sui Generis lanzaban su disco debut (Vida), que iba a dejar huella en la escena local, Spinetta editaba un disco con amigos y Tanguito era internado en el Borda. Salía a la venta Pappo´s Blues Volumen I y el rock argentino lograba una identidad.
Cuánto tenía que ver la canción de Led Zeppelin en este escenario?
Un lamento irreversible guiaba a una generación que se desangraba a pasos adormecidos dentro de una rima de luz.
En palabras de John Paul Jones: “Encierra un montón de elementos de la banda. Desde el comienzo acústico hasta la suave sección jazzera y después la parte heavy al final. Fue un suceso. No estoy hablando del suceso comercial, sino más bien que trabajamos todo y el resultado posterior. Una gran canción”.
Robert Plant comentó: “Me siento aún halagado por lo que significó y aún significa esa canción para tanta gente. Fue escrita con la mejor de las intenciones y nadie espera una cosa como esa. Los himnos son cosas con las que uno ni siquiera sueña, simplemente vienen. Siempre estuve orgulloso de esa canción”.
“Creo que logramos más de lo que alguna vez soñamos con esa canción”. Jimmy Page

Hay una dama que está segura de que todo lo que brilla es oro
Querida dama. ¿Puede usted oír el soplido del viento?

domingo, 6 de noviembre de 2011

Forzando su espaciada ejecución -1937/1945- reúno hoy estas historias un poco por ver si ilustran, con sus frágiles estructuras, el apólogo del haz de mimbres. Toda vez que las hallé en cuadernos sueltos tuve certeza de que se necesitaban entre sí, que su soledad las perdía. Acaso merezcan estar juntas porque del desencanto de cada una creció la voluntad de la siguiente.
Les doy en libro a fin de cerrar un ciclo y quedarme solo frente a otro menos impuro. Un libro más es un libro menos; un acercarse al último que espera en el ápice, ya perfecto.

Mendoza 1945

Julio Cortázar
Cuentos Completos I

Ella y los injustos

Una lluvia intensa no tardaría en llegar. La mujer ya se había vestido y el hombre iba hacia el baño en busca de mojarse la cara con agua fresca. El ya no la llamaba por su nombre. Hacía cuatro años que su esposa había muerto y su vida se alejaba cada vez más. De modo que volvió por su ropa colgada en el respaldo de la única silla, a dos metros de la ventana, que habitaba ese cuarto empobrecido y lúgubre, y sin despedirse, con el pelo todavía mojado y su barba crecida, bajó las escaleras, no sin antes cerrar la puerta, sin seguir su mirada hacia ella y se fue. Atrás había quedado el desconocimiento de ambos por haber abandonado el intento de mezclar tiempo y sentimientos. Una noche en una fiesta, al borde del río, se juraron paciencia y buenos modales. Miradas infinitas y pasiones repetidas. Él no lo sabía, pero era la última vez que la vería. Ella sacó su valija de abajo de la cama y comenzó a llenarla con su ropa, que no era mucha, y su gesto que no cambió desde entonces, y algunas voces enredadas en su mente. Al asomarse por la ventana, el cielo le mostraba su más doliente calma, una mancha hostil se desangraba allí arriba, como un volcán en erupción. No tenía miedo. Ya no tendría miedo. Es terrible ese lamento de querer hacer algo y no hacerlo. Las botas azules se las había regalado él. No se acordaría. No se volvió a mirar al espejo nunca más. Ese viaje creado desde adentro carecía de destino. El agua seguía cayendo hacía horas, las calles eran ríos anónimos y principiantes que desconocían su voluntad. Miles sin retorno a sus hogares. Era otra la causa. Un peinado de lunas rojas envidiaba el escarmiento. Cuando el molino demostraba su andar monótono en su mismo lugar, el cielo demoraba su accionar. La boca de la lluvia se había sentado a esperar la noche. Las escaleras de salida sostenían los pasos de él sin saber que eran los últimos. Las paredes dolían. La soledad sostenía delante de ella la humillación sin ocasionar más que una sorpresa. La perfecta conjunción entre esos rayos negros que eran de temer y su sangre sin querer ser expulsada. El ensayo del agua, su pleitesía, la transparencia de sus ojos descuidados al mirar el pasado. Se acabó el atado de cigarrillos, los pensamientos de él sobre ella también. Tal vez no sería fácil acumular noticias sin ser escritas. Ahora de nuevo miró el reloj sin distinguir la hora. Qué importaba. Ese lugar era asombroso, la oscuridad sin luna la ha ignorado con violencia. Lo peor era estar sola y esperando la voz de él. Se negó a escuchar la exigencia de su realidad perdida y petrificada. Merecidas las nubes con bordes afilados. Luego ella se fue sin mirarse, pero sin valijas y sin moverse de su lado. La melancólica percepción de los días se iba sucediendo en cada aspereza de esa casa, mientras el amanecer empujaba desde el horizonte con su aliento de penumbra y servidumbre.

sábado, 5 de noviembre de 2011

para ella

Sólo miras el tiempo en desorden desde la tierra

sin palabras para escuchar te refugias

en destrozos de pensamiento

los seguidores de sueños

habían permanecido de espaldas

se cubrían las piernas con las manos

mientras dialogaban algo imposible de traducir


sólo niegas a dar el salto

esa mitad por donde huyes sin que nadie lo note