Julio Cotázar

Julio Cotázar

sábado, 9 de noviembre de 2013


El viento íntimo se robó el verano
solo en su fatiga
en ese hastío de rabia

la piel escribe signos sin origen

jueves, 7 de noviembre de 2013


El cielo es frío en soledad
las marcas de un secreto perseguido
son las implicancias
de una confusión a puerta cerrada

mi sana y única certeza

ese hallazgo a medio abrir

por el que empezaba a vislumbrarte

domingo, 3 de noviembre de 2013


Desde la luna inevitable
te recorres dormida
y consultas en silencio
tu propia voz desde tu otra mejilla
adivinas el beso de licor
más duro y quejándose


sobre palabras falsas

viernes, 1 de noviembre de 2013


Derrumbas el cielo
desnudas la noche
un viento que acaba
en sílabas de tiza frágil

lo presiento

aunque hace tiempo

abriste de cuajo esta herida

01 11 2013

De nuevo entre tus ojos
como dos piedras
que dividen la luna

descuido de una lágrima
en un dolor rojo de viento


no te prives de la libertad

miércoles, 30 de octubre de 2013


De la luna partieron las caricias
y ninguna lágrima salvo
guardando la lluvia en ladridos secos
las manos despiertas en lenguas de tierra

qué destino amor

huyendo ciegos

30 10 2013

martes, 29 de octubre de 2013


Cruzar tu laberinto en la huerta
alejarnos
altísimos
imposibles
bajo la noche tuerta
entre la luz cárdena
casi sin reconocernos
deshojándonos

dispersos

29 10 2013

lunes, 28 de octubre de 2013


Confundís el cielo
hasta perder la urgencia
de tu sombra demorada

en el socorro de tus manos

28 10 2013

domingo, 27 de octubre de 2013

Con tu escudo dolor
que es tu consejo

despiadado universo frío

te reconozco siempre agazapada
por la vereda ausente

en la espera está el futuro


tu dulce agonía

27 10 2013

sábado, 26 de octubre de 2013

Cierta crítica de tus ojos
la sonrisa cómplice escondida
una semana inmóvil
bajo la misma grieta

nos vimos llegar

casi de años

26 10 2013

viernes, 25 de octubre de 2013

Ahora el vientre
inunda su cerebro
deshoja las ventanas
de su espacio dormido
apenas se despega del suelo
sacrificado herido
oye el grito de la cuna

después morirá

25 10 2013

viernes, 21 de junio de 2013

1979



Jugábamos a la pelota hasta tarde con los vecinos del barrio. Era febrero y por ATC se podía ver a Carlitos Bala preguntándome de qué gusto era la sal. Un día cualquiera venía mi abuela a casa y nos traía caramelos. En ese momento mi padre trabajaba mucho y mi madre estaba todo el día en casa. Mi hermana era revoltosa y siempre estaba haciendo lío, yo, en cambio, callado y jugando a los autitos o a los rastis.  Mi vecina se llamaba Silvina, era rubia, de ojos celestes. Dos años más chica que yo. Era hermosa y estábamos juntos tardes enteras. La infancia era eterna. Los deberes del colegio eran nuestro primer trabajo. Lo que más me costó siempre fue hacer redacciones y los ejercicios de matemática. Mi madre siempre me ayudaba. Durante esos años felices no había posibilidad para la reflexión. Eran épocas violentas políticamente hablando. Cuando Argentina ganó el mundial de fútbol, fuimos hasta la Casa Rosada los cuatro en el Falcon de mi papá que no era verde y sí tenia patente. Mis padres fueron siempre a-políticos y no se metieron en nada, ni para bien, ni para mal. No tengo ningún recuerdo de lo sucedido en esos años. Nos pasábamos andando en bicicleta hasta la noche. Un día mi papá trajo un bote y nos pusimos a jugar arriba de un lado para el otro, era enorme y lo usábamos como escondite los fines de semana. Estaba tapado por una lona en el fondo de casa. A veces dormíamos ahí, era gracioso y divertido. Quería ser jugador de fútbol, aunque nunca había jugado en una cancha de verdad. Sólo peloteábamos en el patio de casa. Hacíamos el arco en una pared con un buzo en cada lado. Una vez me caí y me lastimé en la cabeza, me llevaron de urgencia a una clínica donde me dieron 2 puntos, nada grave. Pero me acuerdo que me sorprendí al ver que me salía sangre. El colegio estaba a seis cuadras de casa y era una “vida” independiente del barrio. Era algo que empezaba y terminaba, nada había mejor que mi barrio. Teníamos prohibido cruzar la calle, así que durante años dimos vueltas manzanas sin aburrirnos. De más grande iba hacer algunas compras. La revista Anteojito todos los martes o jueves estaba en casa. Mis papas leían el diario La Razón todos los días. Y así pasaron los inviernos y veranos. A veces íbamos a una pileta que quedaba lejos de casa, mi madre nos llevaba a mi hermana y a mí. Tenía agua salada y la disfrutábamos mucho. El hermano de Silvina se llamaba Alejandro. Con él estábamos toda la tarde juntos. Mientras la dictadura hacía de las suyas, yo crecía feliz y sin contratiempos. A veces me siento culpable de eso. Nada se sabía, de nada se hablaba. Esos años transcurrían lentos. Una pelota N° 5 era enorme y cuando me sentaba en mi bicicleta Rodado 20 no llegaba a tocar el piso. El barrio de Flores transcurría tranquilo y suave. Pintábamos las veredas mientras el sol protegía nuestra inocencia. Éramos Alejandro, Adrián, Javier y yo. Más Andrea, Romina, Silvina y mi hermana. Dimos nuestros primeros pasos juntos sin saber que eran los primeros. Los cumpleaños junto a mis primos, mis tíos y todo el mundo para contar entre juegos de mesa. Pisos lustrados por mi madre, dedicación entera siempre. Después de mucho insistirle a mi padre para que me llevara a conocer a Maradona a la cancha de Boca, finalmente me llevó. Jugó Boca contra Estudiantes. Aún puedo recordar el grito que le pegué a Diego cuando se acercó donde yo estaba. Miró para la tribuna, sonrió, esa sonrisa era para mí. El diez en la espalada yo lo tenía por él. Me imaginé que podía jugar al fútbol pero no era en serio. Tal vez debería haber ido a entrenar y demás. Mi otra pasión eran los autos. Ya de chico me sabía las versiones y modelos habidos y por haber. Mi papá cambió el auto por otro Falcon más nuevo. Era color gris plata y era hermoso. Con ese auto fuimos a Bariloche por primera y única vez.
Después un invierno crudo acabó con la cosecha y el camino del telégrafo dejó huellas imborrables. Eran tiempos violentos por fuera pero suaves por dentro. Mi casa era un puñado de recuerdos sobre una soledad encasillada. Mi única falleció sobre una noche de diciembre blanco. Fue mi primer contacto frente a frente con la muerte. Yo no sabía de qué se trataba. Nadie me había dicho nada. A mi abuelo no lo conocí, mi abuela quedó viuda a los 27 años con dos nenes chicos. Así que ella fue algo así como mi héroe, me contaba cuentos antes de dormir y siempre me daba el beso de las buenas noches ya casi dormido. El paso del tiempo fue implacable esta vez. Me mostró su cara de malo y creo que ahí me demostró quien mandaba. Mi vida ahí se partió en dos, al tiempo nos mudamos de esa casa y nos fuimos, por el trabajo de mi padre, a la provincia de Córdoba, ciudad capital, pero esa es otra historia. Mis años quedaron congelados ahí, en esa casa de una calle de la que no quiero ni puedo pronunciar el nombre. Bajo un otoño húmedo entre adoquines que no preguntan lloré otro tiempo que fue hermoso y duradero. Mi madre nos siguió cuidando y mimando siempre, mi padre trabajó mucho siempre en su empresa de plásticos. Mi hermana creció, se enamoró y se fue de casa. Después lo hice yo pero solo. Mi primera novia me abandonó después de seis años y estuve internado y me acordé de mi abuela con su cara sin tiempo y su sonrisa. El viernes pasado volví a pasar se me dio por volver al barrio, caminar de nuevo por esas calles. Tomé el coraje de llegar hasta la que fue mi casa durante mi lejana infancia. Tal vez para recuperar una parte de mi historia. Aquellos, mis amigos ya no estaban. Mi casa ya no era mi casa. Sólo se conservaba el frente, adentro era otra cosa. Justo encontré un obrero en la puerta y le conté y hablé con él. Me contó que una chica de nombre Silvina, rubia y de ojos celestes había vuelto al barrio y  se la había comprado a un matrimonio mayor. Ella se había casado y estaba embarazada de un nene. También me contó que el nombre que había elegido era Pablo, sin saber quien era yo. Nunca más supe nada de ella. Era artista plástica y había vivido en Nueva York durante 15 años. Le saqué una única foto a la fachada. Voy a volver, aunque imposible. El tiempo me demostró una vez que había ganado. Todo giró hacia el pasado, yo de niño, las tardes jugando a la pelota. El hachazo irreparable del tiempo .Él ganará sin remedio. Lo sabía desde el principio.

domingo, 28 de abril de 2013

Cicatriz




      Era un cuadro, tal vez dos. Recuerdo un anciano altisonante despierto en la puerta de entrada. Al lado suyo se vestía una anciana de nariz puntiaguda que decía ser su bruja. Después nadie más. Todo transitaba en silencio. Yo no me movía, pero adentro de esa casa sí había gente. Había un hombre que siempre miraba para arriba. Pero apenas me pude fijar, en el lugar del techo no había nada. Se veía el cielo rojo sangre, y las nubes con formas de espada no parecían irse de esa casa. Ese hombre, junto a una nena rubia con pelo hasta la rodilla, intentaba mirar por sobre esa nube. En el centro de la sala había un hipopótamo donde todos se reían alrededor de él. Un hombre altísimo y de galera se veía entre la muchedumbre que no dejaba de moverse para un lado y para el otro pero sin hacer ruido. Pies desnudos bailaban sobre mosaicos lustrados. Una señora gorda tapaba su cuerpo con una sábana violeta, danzaba entre su pelo gris y sus botas de cuero furioso. Ella s caía obre las copas de los invitados. No bebía pero estaba con una copa llena de vino tinto que demoraba en su mano blanca de uñas doradas. La luz de la luna dejaba ver todo, yo no salía de mi asombro, no recuerdo bien. Palos y santos encorvados embestían por sobre las escaleras hacia arriba de esa casa. Más allá no se veía qué pasaba. Se lo tragaba el vacío, desfilaban hacia un agujero negro, los miraba en cuclillas. Rezando boca abajo, sosteniendo una espada, pero mucho más alta que ellos. Parecía una cruz brillante en medio de una noche que no quería estar allí. De modo que los invitados fueron desapareciendo, no sé muy bien cómo. Esa nube con forma de espada se los tragaba. ¡Puedo ver la aurora! gritaba y repetía la nena rubia. Había una chica morocha, de ojos sanos, con vestido de chica mala, bastante atractiva. Ella se sentía en la cúspide del poder, la única que se acercó a mí. Lo único que supe fue que no conoció un hogar verdadero hasta los 16, tenía 22. En su mano escondía un cerebro muy pequeño, como de bebé recién nacido, no le pregunté nada. Me miraba como si fuese a morir en ese instante. Después me fui a pelear una batalla dentro de mi mente, fue en vano, ya estaban todos muertos. Yo los castigaba y luego los envenenaba. De nada sirvió reavivarlos. Me sentí atrapado en una vereda de jeans gastados. Los huestes del sol  responden al unísono. En aquella pared vi reflejados dos personajes de un libro de Stevenson. Pero nadie me creyó. Al fin pude entrar. Formaba parte  de historietas de ciencia ficción que mi padre devoraba cuando era pequeño. ¿Dónde esta el hipopótamo?, pregunté. Nadie me escuchaba. Una serpiente gris y verde se trepaba hasta el cielo, de las escaleras se tiraban soldados romanos de juguete. Se movían solos, se suicidaban. No había luz eléctrica, juro que no me había dado cuenta. No importaba. Un flaco de rastras contaba historias de películas en tiempo real. El rasta no aguantó más y le pegó un puñetazo al hombre alto de galera, y el rasta se desplomó.  Lloraba porque un día cuando era chiquito perdió a su madre en un parque de diversiones y jamás volvió a saber de ella. Esa bruja sin maquillaje de la puerta se había despedido para siempre de este mundo. Caballos de cereza flotaban a la intemperie. Difuntos  encadenados, sin futuro, caminaban hacia el final de otra historia. Esa prisión era el insulto de un mismo infierno, mientras brillaba la alegría de la noche apretándonos los huesos indefensos. Qué osadía! El frenesí de aquellos jóvenes entusiastas se debatía en plena niebla. El grito opuesto y silencioso se apostaba en la puerta como un crimen hambriento. Vaya a saber que tenía de siniestro el tiempo que todo lo robaba. Un templo pagano se comía la madrugada y se veía triste por eso. No era su objetivo mudarse de trono. La chica de pelo lacio habló por una hora y media más. Era inútil. La chica se fue de mala manera. Rompieron las copas llenas de vino. Volamos hacia un frío polar. Terminé solo. Como había empezado. ¿Todavía no has entendido que lo que nos jodió la vida es la belleza?

domingo, 3 de marzo de 2013





Cuando sólo tienes la noche como amiga y las cosas escapan tras la hierba muda,
escondes tus ojos en estas palabras, apenas tocas tu cintura. 

Extiendes tus manos en busca  de la proeza indescifrable sin mencionar el encanto de la lluvia.
Levantada y acostada, entre recuerdos que fabrican mieles y el hambre y la sed de soportarlo todo, has encontrado esta diversión de párpados sin cansarte de esperar y reconstruir la luna sabia.

En peligro tuya es la tierra

Recorres tu corazón desde el principio

Y admites tu verdad


lunes, 25 de febrero de 2013





Extravío el silencio tardío
percibo la melancolía
abrazada a los crepúsculos
asoma la tarde tímida
en el jardín de tu ilusión y fantasía
sólo la flor puede arrancarme de tu tierra
el afán del amor enardecido
baldías rarezas        agonías resbaladizas
marcan el retorno sobre claveles alados

lunes, 28 de enero de 2013



Desolado
desde tus ojos vi caerse
 
el juego de frotarse las manos
y tu cara en un instante
 
se escapó tu voz de enero
en la trama de tu boca
 
espía la noche oculta
por el borde de la ventana
 
solo
 
me pierdo en el regazo
invisible de tu silencio

domingo, 20 de enero de 2013




Sonata de ojos encubiertos
destino insular
sobre trajes de domingo azul
desenlace prematuro
mientras alguien habla
hasta convertirnos en agua
miro el horizonte
entre huellas de polvo

quiero esta del otro lado