Julio Cotázar

Julio Cotázar

lunes, 30 de enero de 2012

Viernes

El tiempo transcurría distraído, ansioso, moribundo. Capaz de permanecer sin ser descubierto. Apenas confuso y subyacente. Sin defensa que pueda callar al otro. Exceptuando al mundo exterior, esa tarde buscaba una mirada de espaldas invisibles. Con frecuencia escuchaba el latido del grito mientras fingía no preocuparse. Un aire indefinido que resumiera esa calma dispersa. Ahora Santiago se alejó sin estar del todo atento. Un destino de puentes regresó por él sobre un río roto que detuvo su cauce, y una vereda gris la miró recién a ella, Carmen, que entristecía el dolor de la sombra. Ese diálogo aciago diagnosticaba un curso demasiado aventurado. La esquina poblada de árboles antiguos sostenía el recuerdo de aquella noche. Pero nada era verdad en su boca. El tiempo alado era su más vívida desdicha. Sus voces eran sus ojos callados también. Sí, la miraban irse y esa calle era de pronto un paisaje hacia otro muelle. Una pequeña jaula donde se alojaba su cuerpo mudo. De modo que él no la escuchó más. Sus horas se convirtieron en días y pasaron a demorar meses en ser atendidos.
Serán verdad todas esas palabras sin ser dichas? Ahora formaban un silencio hondo y promiscuo dilatando ese cielo que se agiganta con su ausencia. Un eclipse escondido en el aire se burlaba de su figura de nieve casi como un lamento. El camino de vuelta era un espejo que se detenía entre las luces diáfanas. Un despliegue circular atemorizó en desnivel cualquier pensamiento positivo. No pudo dejar de sentir que esa ocasión formaba una amenaza. A ella no la volvería a ver. Había sido un sueño quizás. Uno tan real como las historias que ella contaba o creía contar. Casas y lugares que parecían estar más allá de sus palabras pero que lo mantenían al él en la atenta búsqueda de los gestos de ella. Sus manos y su indefinible manera de decir lluvia, todavía, descanso, después. La súbita brisa que atropellaba su cuerpo y su anclada juventud vista de afuera. Esa especie de presente que carece de reflexión, pero cuando se convierte en pasado no hace más que volver hacia uno. Llena de caprichos inviolables y de menor acento, las lágrimas devolvían la fatiga de la mañana hacia ese otro modo de disuadir. El inconcluso destino se debatía entre una porción de mariposas junto al salto de lo que después nace, florece, camina. Un acierto despojado con el viento en llamas. Ella era en lo que se convertiría en su despertar encerrado, un talismán de rodillas que busca el miedo como sinónimo de su libertad. Una forma sobre el borde de una zona prohibida expuesta a todas sus pretensiones. Él se refería a la lluvia horrible y hostil de la espera. Aquella que se abre sin comprender lo que dice su voz. Es la presencia de la carencia de una esperanza sin ensayo. Perdidos en las palabras ajenas, todas ellas y aún sin acercarse. Alguna que demuestre valor, y la sana experiencia de escribir sobre el delirio. Deshacerse de lo inhabitado hacia un costado de la muerte engañada. Ella repetida en los ojos de él. De nada servirá mantenerse a salvo. Ya es tarde, pero no demasiado tarde. Algo que traslade la memoria de su cara ausente entre preguntas de agua negra. Alguien que finja la dulce caricia, pero ella se va y él tan lejos de sí.
Entre dudas de una piel desafinada, buscando una verdad. En el vano intento de construir todo lo destruido y un nuevo fantasma que flota en el filo de la inocencia.

1 comentario:

Anónimo dijo...

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